Se llama contaminación por ruido al exceso de sonido que altera las condiciones del ambiente en un espacio o zona. El ruido perjudica la salud y es casi ignorada en todo los países del mundo lo que la convierte en un grave problema, silencioso pero muy perjudicial.
Nadie es inmune al ruido. Aunque aparentemente nos adaptamos a él ignorándole, la verdad es que el oído siempre lo capta, y el cuerpo siempre reacciona, a veces con extrema tensión, como cuando oímos un sonido extraño en medio de la noche.
Entre los peligros a la salud causados por el ruido, el más notable suele ser la pérdida auditiva. La pérdida de la audición puede ser permanente o temporal.
Podemos percibir 120 decibeles (la medición del ruido dB) y que las emisiones prolongadas que sobrepasan los 85dB son capaces de generar alteraciones psicológicas y daños físicos en el oído.
El ruido produce dificultades para conciliar el sueño y despierta a quienes están dormidos. El sueño es una actividad que ocupa un tercio de nuestras vidas y nos permite descansar, ordenar y proyectar nuestro consciente.
El ruido produce alteraciones en la conducta momentáneas, las cuales consisten en agresividad o mostrar un individuo con un mayor grado de desinterés o irritabilidad.
El ruido hace que la atención no se localice en una actividad específica, haciendo que esta se pierda en otros. Perdiendo así la concentración de la actividad.
El ruido repercute negativamente sobre el aprendizaje y la salud de los niños. Cuando los niños son educados en ambientes ruidosos, éstos pierden su capacidad de atender señales acústicas, sufren perturbaciones en su capacidad de escuchar, así como un retraso en el aprendizaje de la lectura y la comunicación verbal. Todos estos factores favorecen el aislamiento del niño, haciéndolo poco sociable. Estudios como estos llevaron a una persona del estado de Luisiana a intentar una demanda colectiva contra Apple, la empresa creadora del iPod, acusándola de permitir que sus reproductores permitan niveles de sonido de hasta 115 decibeles.
La reducción de la emisión de la fuente suele ser la medida correctora más eficaz, si bien resulta a veces insuficiente, además de implicar pérdidas, generalmente, de las prestaciones del elemento emisor. Sin embargo se comprueba con frecuencia que no basta con limitar el estudio a la fuente sino que es necesario, además, abordar el problema de sus vías de propagación -una combinación, en la mayoría de los casos, de transmisión por vía estructural y aérea- desde la fuente al receptor.
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